El papel de la mujer en la educación

 

A partir del visionado de la conferencia :"La educación de las mujeres a lo largo de la historia" que organizó el Museo del Prado en conmemoración a todas las mujeres el 8 de marzo, he realizado un análisis crítico-argumentativo sobre la educación que han recibido las mujeres a lo largo de la historia. 

Tradicionalmente las mujeres a lo largo de la historia han sido desplazadas a un segundo plano, pues los testimonios y experiencias revelados, han sido vivenciados y contados únicamente por los varones. En este sentido, el colectivo femenino ha sido invisibilizado y olvidado en la humanidad, lo que nos permite recapacitar sobre las causas de esta posición subordinada que se ha otorgado a las mujeres, revisar la instrucción diferencial que llevó a cabo, y reconocer la labor que ejercieron por su propio mérito.

 La figura de la mujer ha cargado con prejuicios, exigencias, estigmas sociales y desigualdades incongruentes que se han perpetuado hasta la actualidad en parte. Esto lo sostiene uno de los argumentos más recurrentes sobre la diferenciación natural y bilógica de ambos sexos, en la que se desestima la capacidad congénita de la mujer en todas sus dimensiones, y se le posiciona en una condición subordinada por su naturaleza. Mientras al hombre, se le destina un estado de supremacía y diligencia, organizándose de esta manera una jerarquía de dominio y sumisión hacia la mujer, pues es objeto de obediencia y dependencia en una sociedad patriarcal que todavía no se ha disuelto. Conviene subrayar la formación y disciplina que la mujer ha sufrido duramente muchos siglos, la cual se vincula a los hitos legislativos y a los regímenes políticos que a lo largo del tiempo se han ido desarrollando.

 En cuanto se habla de la educación de la mujer, se le atribuye la formación de carácter, de la voluntad, de la crianza y de las tareas del hogar, mientras que, la dedicación de los hombres era la relacionada con una instrucción del conocimiento y de la razón, lo que se concebía como inverosímil para las mujeres, ya que las corrompía.  De esta manera, podemos discernir entre dos elementos básicos que conforman la identidad femenina y que van a determinar los estereotipos de ambos sexos. Por un lado, el silencio, el cual decreta los modales que deben aprobar las mujeres, ubicándolas en un espacio concreto y doméstico. Por otro lado, la ausencia de escritura, pues se les atribuye su juicio cuando están sin voz, dóciles y escuchando, inhabilitándoles de poderío, negándoles la palabra e impidiéndoles totalmente la libertad de expresión.

 Asimismo, el argumento de la inferioridad física e intelectual de las mujeres ha tenido continuidad durante un largo periodo, y justifica también su exclusión como ciudadanas que las destituía directamente, sin considerar necesaria su educación, pues su destino no era erudito. Cabe destacar, como algunos teóricos, expertos, científicos o filósofos alrededor de la Edad Media, discutían sobre el ámbito al que debían dedicarse las mujeres, reprimiendo su poder de decisión. En este sentido, consideraban que las mujeres no necesitaban ser educadas para lo que su labor requería, pues debían mantenerse resignadas, obsecuentes, atendiendo los oficios simples, domésticos e higiénicos. Incluso el confinamiento para la servidumbre a la familia fue su cometido exigido, pues su condición biológica no estaba preparada para profesiones virtuosas y cultas. Este pensamiento continúa incluso durante el conocido Siglo de las Luces, donde había una defensa de los principios de libertad, igualdad y fraternidad por parte de la burguesía. No obstante, esta referencia era trivial, pues solo incluía a los hombres, ya que se consideraba que ambos sexos no compartían una misma naturaleza y debían ser excluías de esa correspondencia.  Por tanto, las diferencias entre hombres y mujeres eran claras y evidentes, ya que, desde un pensamiento religioso, Dios había distribuido cualidades particulares a cada uno, y que de alguna manera desfavorecían a las mujeres, pues se las atribuía a una condición de subordinación y acatamiento debido a su inferioridad biológica, intelectual y moral. Por su parte, Jean Jacques Rousseau, una figura destacable en el periodo ilustrado, expuso una plétora de doctrinas innovadoras y radicales en la educación para lo que se consideraba en la época, mientras que no supo integrar al colectivo femenino en sus propuestas, por lo mismo, solo se las relacionaba o reconocía en los aspectos de la sensibilidad y la instrucción, mientras que se las negaban las facultades del ámbito racional. Desde esta perspectiva, podemos analizar la solidez de este sistema binario que diferencia dos modelos educativos y sociales desiguales y enfrentados por pensamientos relacionados con el acontecimiento innato de nacer hombre o mujer.  A partir del sexo entonces, se instauran una serie de valores y creencias que fundamentan el género de cada uno, por tanto, se forma a partir de una serie de términos que son escogidos por la sociedad, siendo lo que va a dar lugar a los estereotipos, que a su vez explican la evolución diferenciada entre hombres y mujeres. A su vez, se establecen dos modelos sociales y educativos a lo largo de la historia, separados por una franja arbitraria entre ambos. Como resultado, el género es una construcción cultural que explica de algún modo el orden social y los roles establecidos que han ido evolucionando hasta nuestros días.

 

De cualquier forma, en la Edad Contemporánea se sigue la misma línea, la identidad femenina sigue limitada y condicionada, aunque se acepta relativamente la necesidad de su formación. Sin embargo, debemos destacar los argumentos en favor de las capacidades y derechos de las mujeres defendidos por algunos autores ilustrados como Benito Feijoo, Campomanes, Jovellanos y Inés Joyes que señalaban que las mujeres son seres racionales, que también poseen la lógica y juicio. Al mismo tiempo, Josefa Amar y Borbón, afortunada por ser privilegiada tras recibir una educación completa, pudo declarar críticamente la responsabilidad de los varones respecto a su nula implicación en esta causa igualitaria, especialmente, trató de culpabilizar su abuso de poder, y denunció la sociedad hipócrita e injusta de la época. Afortunadamente la aparición de estos discursos en el siglo XVIII va a provocar la reflexión y revisión de la sociedad dominante para las mujeres.

 

Como consecuencia de este modelo de sociedad patriarcal, los espacios están visiblemente distinguidos, ya que a los hombres se les sitúa en una esfera pública, mientras que a las mujeres se les ubica en un escenario privado, normalmente en el trabajo doméstico. Este último, es el elemento central durante mucho tiempo de la sociedad capitalista, y a su vez representa el papel que asumen las mujeres en este ámbito educativo y moral. Además, este estigma va a desencadenar que las niñas puedan ser educadas a partir de sus madres, las cuales tampoco habían ido a la escuela, y así transmitir los valores propios del seno del hogar y los buenos modales de generación en generación, ya que por lo demás no era necesario para su labor. En contraposición, la escuela se ocupaba de instruir a los hombres en relación con lo cognitivo, así como potenciar sus destrezas físicas. Esto además, lo sostenían y legitimaban ciertas leyes del momento como la Constitución de Cádiz de 1812, la cual realizó una escolarización masiva para los hombres excluyendo de nuevo a las mujeres, y el Proyecto de Decreto para arreglo general de la Enseñanza Pública de 1814, que perpetua la idea de las enseñanzas diferenciadas entre sexos, luego la instrucción de las mujeres estaba de nuevo condicionada por su condición biológica, y su única aspiración permitida era convertirse en buenas madres de familia. Asimismo, en el momento que se plantea la cuestión de si es vital que las mujeres asistan a la escuela, reconocemos que nunca tuvieron la opción de ser formadas en las mismas condiciones, lo que significa que fueron discriminadas, invalidadas y suspendidas de todo acceso a la formación intelectual, y como consecuencia de su desarrollo. De este modo, el sistema educativo y social ha sido partícipe de aceptar funciones jerárquicamente diferenciadas dependiendo del sexo, distinguiéndose así dos prototipos de educación escolar.

 Como contrapartida, la ley Moyano de 1857 va a ser la primera ley que permita la obligatoriedad de asistencia a la escuela para toda la ciudadanía, desde los seis hasta los nueve años, al igual que fortaleció la segregación de sexos en los centros escolares, y legitimó la cultura doméstica como eje de la formación escolar para las mujeres. Conviene subrayar, la garantía y empeño en esta ley respecto a que se crearan escuelas provinciales para jóvenes varones, pues era indispensable su formación, en cambio la creación de colegios para niñas causaba indiferencia, pues si no era posible, tampoco generaba una gran preocupación. En concordancia a los valores morales transmitidos en las escuelas, a las mujeres se les encasillaba en la compostura, dulzura, silencio o sensibilidad, por lo que la única profesión que se le va a legitimar dentro del campo público es la de maestra, ya que es lo más similar en cuanto a aptitudes del seno doméstico y familiar. Antagónicamente, a los hombres se les cultiva en asuntos de investigación, de ciencias, de valor, o destrezas técnicas. Críticamente analizamos cómo estas actitudes se han prolongado hasta nuestros días y continúan en la misma dirección, pues sirve como muestra, la ocupación mayoritaria de mujeres en las plazas universitarias de las facultades de educación, y consecuentemente, la insignificante proporción de licenciadas en ingenierías o ciencias biológicas. Es posible que, el proceso de socialización por el que han pasado las mujeres cause una influencia aparentemente sutil en su toma de decisiones, vulnerando así su libertad. Esta hipótesis que justifica la sociedad patriarcal es la causante de muchas otras desigualdades y discriminaciones vigentes que todavía no han sido socialmente erradicadas, lo que significa que debemos seguir luchando.

 

Cabe señalar, que las mujeres se encontraban en una minoría de edad constante, es decir, eran sumisas y dependientes primero de sus padres y posteriormente de sus maridos. Esto quiere decir que el permiso de un varón era preciso para tomar cualquier decisión propia sobre la administración de sus bienes materiales. Todas estas observaciones se relacionan con la emancipación, ya que para esto ocurriera necesitaban ser educadas, y así, poder adquirir las herramientas que les permitiesen ser independientes, realizarse personalmente y acceder al mundo laboral. Este movimiento en favor de la educación de las mujeres fue resurgiendo hasta que, en 1870 la Asociación para la enseñanza de la mujer apostó para que ellas, miembros de la ciudadanía al igual que los hombres, fueran consideradas objeto de instrucción. De este modo, se producen avances y se aspira a un modelo vanguardista de mujer culta con conciencia política. Como resultado, se crea la Institución libre de enseñanza de 1876, donde las mujeres seguidamente van a encontrar el terreno en el que van a poder terminar de formarse intelectual y profesionalmente dentro del espacio público, como en los institutos y universidades, así como van a poder incorporarse en el mundo laboral con una más amplia variedad y prestigio de diferentes puestos de trabajo.

 

A continuación, es conveniente recordar el coraje y esfuerzo que dedicó Concepción Arenal, una persona que tuvo que disfrazarse de varón debido a los impedimentos que la sociedad atribuía a las mujeres de poder recibir una educación universitaria digna. Su discurso va a provocar un cambio de perspectiva radical, dado que expone la explotación que sufren las mujeres por no tener una educación decente y analiza las oportunidades laborales por parte de los hombres, que resultan ser infinitamente mayores. De aquí en adelante, se producen innovaciones educativas que suponen un cambio de mentalidad y un gran progreso para la época, puesto que se crean a principios del siglo XX las primeras instituciones educativas inclusivas, tal es el caso de la Junta para la ampliación de Estudios que va a conceder a un grupo de mujeres experimentadas en un ámbito específico, descubrir fuera de España, los proyectos novedosos educativos para incorporarlos en nuestro sistema educativo con el fin de modernizarlo. Esta oportunidad va a proporcionar ese estímulo que necesitaba la sociedad para ser consciente del talento de las mujeres intelectuales del país.  En esta línea de iniciativas, la Escuela superior del Magisterio o la Residencia de Señoritas, van a experimentar una mejora pedagógica, aunque todavía los estereotipos sigan vigentes en la sociedad y sean las clases medias altas las que puedan acceder a ellas. Todavía cabe señalar el Instituto Escuela, fundado en 1918, el cual evoluciona hacia la educación mixta, en el que niños de ambos sexos comparten aulas sin hacer distinción alguna, sino que se ofrece una educación igualitaria y común para todos.  Todo esto parece confirmarse en la Constitución de 1931, la cual reafirma la uniformidad de derechos, otorgando a la mujer su lugar como ciudadana, entre ellos destacan el derecho a voto y el principio de coeducación. Sin embargo, no se olvidan los elementos y pensamientos propios del discurso tradicional que ha originado las diferencias entre sexos, y que además ofrece a la mujer una doble preocupación, por un lado, la de los cuidados del hogar y, por otro, la de atender la maternidad, una función vital. De esta manera, los estereotipos siguen en vigor en la sociedad y van resurgiendo en las generaciones posteriores.

 Por el contrario, estos esquemas se modificaron en la guerra civil cuando las políticas republicas aprobaron que las mujeres accedieran al ámbito público, así como el gobierno propuso una masificación de la alfabetización femenina. Mientras, otras muchas mujeres tuvieron que ocupar los oficios de sus maridos para mantener a la familia pues habían partido al combate. Como resultado, se demostró que las mujeres eran capaces de sacar el país adelante en un momento complicada y sin ayuda alguna, pudieron formarse y podían hacerse cargo de los mismos trabajos que los hombres.

 No obstante, cuando el enfrentamiento bélico acabó, las posibilidades de acción de las mujeres y los avances hacia una sociedad igualitaria se vieron irrumpidos y apoderados del nuevo régimen de Franco. Por consiguiente, se retrocedió a atrás en el tiempo al modelo de maestra como ama de casa y madre de familia, cuya preocupación esencial es el cuidado, la comprensión, y la labor de agentes de socialización, luego el icono de mujer moderna desaparece para convertirse en una figura religiosa y patriótica, de nuevo con los valores conservadores como son la castidad, la obediencia y el silencio. De igual forma, este sistema educativo se basaba en unas creencias puramente católicas que aludían a su vez al nacionalismo, y reafirmaban la idea de mujer dócil, disciplinada y resignada. Esto quiere expresar, que se trataba de un estado mayormente sexista, que fijaba a la mujer en una posición subordinada y cuyos elementos que se reiteran en una gran variedad de espacios, educativos, legislativo y familiares, son los que afianzan los roles y estereotipos que conservamos en nuestra sociedad actual. De cualquier manera, esta transformación afectó en todos los ámbitos a la mujer, dejándola en el escalón más bajo de la jerarquía social, política y personal, considerando que suponía un retroceso desmedido, que omitía y excluía a las mujeres sin entender en la manera de alcanzar casi al mismo nivel que el hombre. Con respecto al nivel educativo, las escuelas del nacional- catolicismo abolieron todas las propuestas consideradas innovadoras, entre ellas la del principio de coeducación, ya que era una iniciativa antipedagógica principalmente. Esto quiere decir que la diferenciación entre niños y niñas se refuerza, lo que supone una nueva organización escolar, curriculum y formación para cada uno, que a su vez configura el estereotipo femenino particular y los roles de género desiguales. La educación se divide en dos modelos de enseñanza que se asemejan al discurso anterior, sustentado por la Ley de educación primaria de 1945, donde los varones eran formados en función del espíritu patriótico, religioso y físico, mientras que a las chicas se les encaminaba a las enseñanzas del hogar y a la protección familiar y maternal. Sobre todo, se vinculan a este modelo educativo asignaturas propias al colectivo femenino como las de cocina o bordados con aguja, que se van a ir modificando a medida que evoluciona el periodo franquista.

 

En otro orden de ideas, la Ley de derechos políticos, profesionales y laborales de la mujer de 1961, combate contra la discriminación salarial y trata de proporcionar un preferible acceso para la mujer al campo profesional y laboral. Sin embargo, este pensamiento no tuvo apenas apoyo y repercusión, y se mantuvo la idea inicial. Por tanto, no es hasta la Ley general de educación de 1970 que se establece el principio de igualdad de oportunidades y de no segregación en la educación, pues se aíslan las diferencias en función del género en el ámbito formal. De modo similar, la constitución de 1978 se muestra conforme a la igualdad entre mujeres y hombres, incluso fomenta las propuestas con este preámbulo. Por la misma razón, se inaugura el Instituto de la mujer en 1983, el cual organiza campañas e iniciativas que desde el enfoque cultural, político o social defienden la causa feminista, y así las mujeres pueden beneficiarse de las mismas posibilidades que los hombres. Esto no quiere decir que se les quiera hacer de menos, todo lo contrario, que ambos se encuentren en el mismo punto de partida. Para lograrlo, se realza a la mujer cuya posición siempre ha sido subordinada respecto al hombre. Sin embargo, este término de igualdad denominado feminismo tiende a concebirse con inexactitud, pues se atribuye a ser el enemigo del machismo. Ahora bien, el feminismo es un movimiento social que ha surgido en contrapartida a la discriminación, opresión y explotación que han sufrido las mujeres en todos los planos a lo largo de historia, y cuya única aspiración es lograr una igualdad de género.  

En grosso modo, debido a los programas de igualdad que se desplegaron, un señalado número de mujeres se incorporaron al mercado de trabajo poniendo de manifiesto ese equilibrio. Algo semejante ocurre con la ley de educación la LOGSE de 1990, que permuta esta exclusión social y educativa por medio del curriculum, interpelando transversalmente la ecuación igualitaria entre hombre y mujeres. Aunque en otro sentido, la realidad es compleja y recoge la mentalidad que se ha cultivado prolongadamente en el tiempo, por tanto, hasta que la ciudadanía no se acostumbre y se familiarice con determinados valores, la sociedad soportará una transformación parsimoniosa y gradual.

En definitiva, si apelamos a los derechos educativos, contemplamos que el colectivo femenino ha registrado reveladores avances, especialmente en la esfera universitaria, a diferencia de otros contextos, en los cuales tenemos presentes una desigualdad implícita y sutil de la que no somos conscientes pero que continúa vigente en nuestra sociedad. Por tanto, esto nos permite volver la vista atrás y recordar que no está todo hecho y que debemos pugnar para que desaparezcan estas limitaciones que sufre la mujer. Es el caso de la violencia de género, que está relacionado con el dominio y la potestad que el hombre manifiesta sobre la mujer. A pesar de la época en la que vivimos, desgraciadamente las mujeres subsisten en la misma línea de ser infravaloradas y desestimadas en el ámbito laboral, pues carecen de un reconocimiento, se hacen cargo de puestos de trabajo menos favorables, y directamente se invisibilizan sus capacidades intelectuales, lo que se conoce con la segregación horizontal. De modo idéntico ocurre con la brecha salarial, pues se subestiman las capacidades de las mujeres por su naturaleza, acentuándose una discriminación absoluta en el mercado laboral y económico, pues se concentra una cantidad mayor de ingresos en los varones. En este sentido, se explica la feminización de la pobreza, pues las mujeres alcanzan un nivel de misera ínfimamente superior a los hombres, a pesar de ser el colectivo que de ningún modo ha dejado de lado sus obligaciones. En concordancia con lo anterior, la sociedad invisibiliza y no registra como valioso el trabajo de la mujer, ya que normalmente se ha desarrollado en el ámbito privado. Cabe estacar, que desde el principio la mujer ha tenido que sobrepasar obstáculos que le han impedido progresar personal y profesionalmente, al igual que se le ha imputado un lugar determinado en el cual debe crecer, lo que se atribuye como segregación vertical. 

En contrapartida, desde la educación se están abordando los temas de igualdad con el fin de que no se produzca un retroceso, ni se asuman unas creencias equívocas que desautorizan a la mujer, ni se le adjudique una posición determinada por su condición.  Todos debemos ser partícipes de esta lucha y sumarnos al compromiso de la igualdad desde cualquier perspectiva, pues todo pequeño cambio implica una gran transformación, ya sea desde la familia, la escuela, los medios de comunicación o las relaciones intrapersonales, debemos poner de nuestra parte para que esta causa se haga eco, primero en nuestro círculo cercano, y como resultado en todo el mundo. Es necesario tener presente el recorrido por el que han pasado las mujeres a lo largo de la historia para poder recibir una educación merecedora, dar voz a la perspectiva feminista y efectivamente ser conscientes de la situación que vivimos para sí tratar de mejorarla.


Bibliografía

https://www.youtube.com/watch?v=8jtSqJsjI6M



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